martes, 22 de enero de 2013

Una mujer americana llegó a Europa 500 años antes que Colón al Nuevo Mundo.


Investigadores del CSIC nos desvelan la evidencia incuestionable del primer contacto de Europa con América, casi 500 años antes de los viajes de Cristóbal Colón. Han detectado y seguido el rastro a un linaje amerindio de inexplicable presencia en Europa a no ser porque los vikingos, a su vuelta de Groenlandia, trajeran con ellos a una mujer nativa.
En torno al año 1000, una mujer físicamente antagónica a los islandeses llegaba a puerto en Noruega desde las tierras lejanas al otro lado del mar. Tenía el rostro ancho, los pómulos marcados y la nariz carnosa, la tez más bien amarillenta y el pelo más lacio y negro que jamás hubieran visto los lugareños. Sus ojos eran muy pequeños, aunque penetrantes y oscuros. Los expedicionarios, que por fin regresaban a casa, la obligaban a abandonar el navío en el que había realizado una larga travesía.
Años de viajes que se recogieron en dos sagas islandesas medievales, la Saga de los groenlandeses y la Saga de Erik el Rojo. Las obras relatan las aventuras de los vikingos liderados por Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, que llegaron a América y se asentaron en Vinland, un vasto terreno ubicado en las zonas del Golfo de San Lorenzo, Nuevo Brunswick y Nueva Escocia, la actual Canadá. Durante mucho tiempo los historiadores dudaron de la autenticidad de las sagas, hasta que en 1961 se comprobó su base histórica al hallarse las ruinas del asentamiento vikingo de Leifbundir (L’Anse aux Meadows) en la gran isla de Terranova, en la costa nordeste de Norteamérica.
Según los textos islandeses, Vinland fue abandonado por ser “morada de un pueblo hostil” que llamaban
skraelings (“hombres feos”). Se enfrentaron y en la lucha murieron contendientes de ambos bandos, entre ellos Thorvald, hermano de Leif Eriksson. De acuerdo con las sagas, decidieron entonces abandonar el sueño de colonizar Vinland y regresaron a casa, pero no lo hicieron solos, se llevaron consigo a una indígena. Una mujer cuyo legado ha llegado a nuestros días, perpetuándose su ADN mitocondrial en cuatro familias islandesas.
El linaje materno es del tipo C, típico de los indígenas americanos y del este de Asia, y está ausente en Europa. “Se pensó en un primer momento que procedían de familias asiáticas establecidas recientemente en Islandia, pero cuando se estudiaron las genealogías familiares, se descubrió que las cuatro familias provenían de antepasados situados entre 1710 y 1740 y que pertenecían a la misma región del sur de Islandia, cercana al enorme glaciar Vatnajökull”, señala el investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Carles Lalueza‐Fox, que trabaja en el Instituto de Biología Evolutiva.
“Como la isla quedó prácticamente aislada desde el siglo X, la hipótesis más factible es que estos genes correspondiesen a una mujer amerindia que fue llevada desde América por los vikingos hacia el año 1000. Curiosamente, este hecho habría permanecido oculto porque esta mujer era un personaje anónimo”, precisa el doctor en Biología.

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