En la madrugada del 30 de diciembre de 2002, Marina Lupe Bazán, madre de cuatro hijos, 30 años, avistó un Objeto Volador No Identificado por la ventana de su cuarto en la casa de su madre, en el barrio 18 de Marzo, Plan 3000. La calurosa y despejada noche del 29 al 30 de diciembre, la mascota de la casa, una perra llamada Linda, ladró de manera insistente e insólita, como si estuviera aterrada. Una vecina, asustada por los ladridos inusuales de la perra y aterrorizada por las constantes olas de asaltos en la ciudad con víctimas fatales, le dijo que tal vez podría ser algún ladrón que merodeaba por la zona y le aconsejó que tuviera mucho cuidado. A la hora de dormir colocó sillas al borde de la cama para hacerla más espaciosa, acostó a sus cuatro hijos y apagó la luz. Marina, aunque a las seis de la mañana tenía una cita de trabajo, no consiguió dormir. La ansiedad, el calor, los mosquitos y la advertencia de la vecina la mantenían en vigilia total. Con los ojos acostumbrados a la oscuridad, se puso a ordenar una vez más la ropa que utilizaría en la entrevista y luego se paseó por el cuarto casi en penumbras, apenas iluminado por las luces de la noche clara y sin nubes. A cada momento veía cómo sus hijos, martirizados por los zancudos, en pleno sueño se manoteaban la cara para espantarlos. En el cuarto, con la puerta cerrada para que no ingresaran más mosquitos y para protegerse del presunto ladrón, se agolpaba un aire caliente enrarecido y sofocante. Era una noche rara, más calurosa que nunca, que preludiaba el nacimiento de un nuevo año lleno de misterios para Marina Lupe Bazán, testigo del evento más extraordinario de 2002. Para no despertar a sus hijos con la luz del foco, encendió una vela y con la leve llama que iluminaba a medias miró la hora en un reloj de pared: ¡Tres menos veinticinco!, dijo asombrada. Le pareció que el tiempo había pasado más veloz que de costumbre mientras un insistente insomnio la mantenía en vilo, suspendida en la sofocante madrugada de las últimas horas del año. Se sentó en el borde de la cama, al lado de sus hijos, miró por la ventana y divisó por la malla milimétrica algo que nunca había visto. Un objeto metálico, de forma discoidal, flotaba en el cielo, a unos 45 grados del horizonte e irradiaba una luz intensa. Sorprendida, obnubilada, en primera instancia pensó que tal vez podría ser un avión, pero de inmediato desechó la hipótesis porque a este avión le faltaban las alas y la forma de avión: era un extraño disco que flotaba, giraba sobre su eje como un trompo y despedía una intensa luz. Sin perder de vista al extraño objeto, despertó a sus hijos con un grito y les preguntó si veían lo que ella estaba viendo. Los niños, asustados por haber sido sacados de un sueño profundo con una pavorosa orden, continuaban en el limbo de un duermevela que les impedía racionalizar la situación. Marina se levantó, se acercó a la ventana y vio al objeto con total claridad posado en el cielo, sobre el barrio 18 de Noviembre, vertiendo una luz intensa amarilla, “como las que lanzan las linternas”, y distinguió ventanillas alrededor de la nave. De manera inesperada aparecieron dos naves idénticas, se detuvieron cada una separada de las otras a similar distancia y formaron un triángulo perfecto. En ese momento empezó a sentir miedo, un pavor de que la raptasen: pensó en sus hijos. Entró en pánico y gritó aterrada. Varias personas salieron de otros cuartos y fueron al de ella corriendo, con la sospecha de que el presunto ladrón había dado el golpe que planeaba. Marina sin despegar la vista de los objetos le dijo a uno de sus hijos que les abriera la puerta porque la única posición en la casa desde donde se podía observar el inusual fenómeno era por la ventana de su cuarto. Pero cuando miró más arriba sucumbió a un pánico que la enmudeció y la condujo a un estado hipnótico, de asombro total. Una cuarta nave, 3del tamaño de dos lunas llenas2, estaba posada sobre las otras a mayor altura y se preparada para una acción imprevisible. Las fracciones de segundo que duró esa preparación fueron de infarto, como si el planeta Tierra dependiera de lo que harían esos extraños objetos en el cielo cruceño. Las personas que llegaron a socorrer a Marina, que eran dos parejas de anticresistas, el hermano de ella y un amigo ocasional que se encontraba de visita, mientras esperaban que el niño abra la puerta preguntaban asustados qué pasaba, por qué tanto grito. Marina les dijo desde su estado de asombro completo que había ovnis en el cielo, encima de la casa, sobre la barriada que dormitaba en la víspera del impredecible 2003. La reacción instintiva del hermano de Marina fue encender la luz al vuelo, cuando entraban en tropel. En el momento exacto que accionó el interruptor, la nave más grande, conocida por los ufólogos como nave nodriza, lanzó tres luces sobre las naves más pequeñas, las succionó y desapareció. Todos, cuando se dieron cuenta que la luz había espantado a las naves, le recriminaron por haberla encendido. Marina, la única que pudo ver los objetos, cree que los tripulantes de las extrañas naves, al percatarse que eran observados desde tierra, se marcharon a una velocidad de vértigo porque su probable misión era tan sólo observar a los seres humanos.
Informacion enviada por Alfonso Salazar, Técnico en Aviación
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